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Sin retoque
| Stanley Vega / Diarioviento | Junio 09, 2014
Alguna vez quise ser fotógrafo. E incluso compré una cámara semiprofesional, una Nikon color negro que al cabo de un año y meses terminé vendiéndola para financiarme un viaje al Cusco. Lo cierto es que nunca pude usarla cómoda y adecuadamente. Obvio, las secuelas de mi artritis no lo permitieron.
Sin embargo, uno de mis trabajos fue finalista en un concurso de fotografÃa que convocó una universidad privada de la región. Pero no voy a hablar de esa foto sino de lo que pasó con uno de los dos únicos modelos –el otro era mi primo– que tuve en mi breve, casi inexistente paso por la fotografÃa.
Ramiro Centeno se llamaba. Un chico rarÃsimo. SabÃa más de cuatro idiomas y tenÃa un impredecible dejo a extranjero. Creo que en definitiva más tenÃa un problema fÃsico con la lengua que cualquier acento rumano o húngaro. Bien podÃa estar en completo silencio o en algún momento de catarsis, apagar un cigarrillo en la frente de un amigo, como lo hizo con Andrés esa lejana tarde en el parque principal de nuestra ciudad.
El hecho es que Ramiro se animó a desnudarse. Le gustó el concepto de las fotos. Y asà no gane el concurso se quedarÃa con unas copias. Idea uno: él, con un libro abierto a la altura de su cintura y atrás un grafiti. Dos: él, sentado en el césped leyendo el mismo libro. Tema del concurso: la lectura.
Aquella tarde nos dirigimos hacia el lugar de locación, un solitario parque ubicado cerca de mi casa, el “César Vallejoâ€. Golpe de dos de la tarde no habrÃa mucha gente. Mas no habÃamos prevenido que los vecinos contratarÃan a un guachimán para que espante a toda parejita fogosa o cualquier fumoncito de la urbanización.
Ni modo. Cuando lo verÃamos al otro extremo en cuestión de minutos tendrÃamos que hacer las tomas. Realizamos el primer concepto desde diversos ángulos y sin mayores apremios. La quieta presencia de los arbustos nos favoreció.
Lo inesperado sucedió cuando por enésima vez Ramiro se saco el polo y luego el short, siempre mirando hacia el otro extremo, donde estaba el guachimán. Se sentó sobre la yerba y ya cuando se estaba quitando el calzoncillo, intempestivamente se puso de pie, como si se hubiera sentado en un resorte. No sabÃamos qué pasaba. Solo veÃamos que gritaba y sacudÃa su ropa interior y sus pelotas.
–Mierda, es un hormiguero, un maldito hormiguero –por fin se le escuchó hablar, ya subido en la vereda, con el culo enrojecido y sin ganas de ponerse la ropa infestada de esos insectos.
La única imagen registrada fue la de un loco saltando desnudo y sosteniendo entre las manos su calzoncillo y un libro que volaba por los aires.
Foto: RTRpix
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