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Animal love

  |   Stanley Vega / Diarioviento   |   Mayo 04, 2013

El amor no es tan solo ese ciego sentimiento que camina a tientas y que en el momento menos pensado resbala y cae en el fondo de una alcantarilla. No, el amor es también convertirse en el más insospechado animalito.

Hace unos años conocí a Karen Bustamante, una joven y talentosa escritora que tras un puntual intercambio de verbos aceptó ser mi novia. Y como en este tipo de relaciones se necesitan de ciertos detalles, afectos, material inflamable, no faltaron los mensajes de texto vía móvil, correo electrónico, facebook, acarameladas fotos, los “te amo” y una serie de regalos nada simbólicos sino mas bien surrealistas. 

Fue así que después de llamarme por mi nombre, Stanley o Stan, pasó a decirme Conejo. Me había convertido en una especie de primo de Bugs Bunny. Qué tal bruja. Pero bueno, yo no me quedaría atrás ni solo en medio de ese amoroso zoológico. La transformé en Ardilla. 

Al conversar con una amiga sobre este caso, me comentó que su enamorado la llamaba Ratona y que ella a su vez le llamaba Perrito. Sobre todo en los momentos más intensos. Yo no sabía qué diablos podría resultar de la unión de un conejo con una ardilla o de una ratona con un perrito. En fin, cosas del Orinoco, como dice mi abuelo.  

Mis chicas anteriores apenas me llamaron Stanlyto o Gordo. En ningún instante me dijeron que me daban besos en el hociquito e incluso creo que jamás vieron Animal Planet. Ni modo. Fui un peludo y orejón mamífero durante un buen tiempo, hasta que el noviazgo con Karen terminó. Después de la pena, creí que por lo menos volvería a recuperar mi nombre de pila. Pero no fue así   

El año pasado empecé a salir con Jessica Izaguirre, una chica inteligente y dedicada a las artes plásticas. De agradable figura y de conversaciones y mutismos interminables. Una artista como pocas. 

Con el paso de los meses, entre conexiones y desconexiones, Jessica acabó por convertirme, maldita sea, en un regordete Gato, animal que nunca me ha gustado desde aquella vez que uno de ellos se cagó bajo mi cama. 

Al ser yo un Gato y ya con cierta experiencia, no tuve mejor idea que transformarla en un animal de mi misma especie. Una Gata de cuerpo ondulante.

A partir de esa fecha las noches y los techos del barrio han mudado su calma, ese habitual silencio.    

 


Foto: webalia.com

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