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A los nombres que he olvidado

  |   Stanley Vega / Diarioviento   |   Abril 06, 2013

No son muchos los libros que he publicado pero sí he firmado incontables autógrafos distribuidos en diversas partes del país. Y quizás, el momento más crucial y a la vez hermoso fue cuando en Cajamarca, cerca de medio centenar de niños se aglomeraron en pleno patio de su colegio para dedicarles unas cuantas palabritas sobre las arrancadas hojas de sus cuadernos.

Pero dos son las anécdotas más curiosas, extrañas. Y las contaré en orden inverso. 

Una de ellas ocurrió el año 2010. Presentaba el poemario Danza finita en la 30 Feria del libro Ricardo Palma. Era un día domingo, por la tarde. Un buen horario. En esa ocasión quienes me acompañaban en la mesa fueron Carlos López Degregori, y mi flamante primo, Selenco Vega. La presentación duró poco. Fue precisa, puntual. Pero eso sí, abajo me esperaban más de una decena de personas. Teófilo Gutiérrez, mi editor y amigo, en menos de cinco minutos había despachado los quince libros que llevé en la mochila.

 A fulano de tal estos poemas breves, casi inexistentes, firma y nombre de este sujeto con la mención de la ciudad y fecha respectiva. Pasó una chica, un señor de cincuenta y tantos años y luego ese tipo alto, vestido con saco de corduroy crema y boina del mismo color me entregó mi libro para firmarlo. ¿Me das tu nombre y apellido?, pregunté. Yo también escribo, lo escuché decir. He publicado un libro de cuentos. Levanté la mirada como queriéndole decir, ok, pero, ¿me das tu nombre y al menos tu primer apellido? Claro, pero yo quiero que precisamente autografíes tu poemario con el nombre de mi primer libro de cuentos. ¿A tu libro? Bueno, vamos, dame el nombre. Y así fue, ese ejemplar de la Danza finita terminó firmada con el título de un libro que de pronto solo existía en la mente de aquel hombre. Quien sabe. 

La otra anécdota sucedió en Trujillo. Había publicado mi primer libro y lo estaba presentando en el Salón Consistorial de la Municipalidad local. Y como es usual, al final del evento se iban acercando las personas que en manos traían el poemario comprado.

A fulano de tal estos versos, gritos, ausencias, firma y nombre de este  escribidor con la mención de la ciudad y fecha respectiva. Un libro, dos libros firmados y hasta que un señor del cual no tengo el recuerdo físico ni químico se detuvo frente a mi silla. Le pregunté su nombre y apellido. Yo no quiero que me lo dedique a mí, me respondió en one. ¿Y a quien quiere que se lo dedique?, inquirí dentro de sus términos. Mencionó un nombre, llamémosle Pedro, y mientras a Pedro le firmaba el libro refirió que aquél era su hijo y que desde niño le había gustado la poesía. Que fue un buen muchacho hasta el momento en que Dios decidió llevarlo. ¿Cómo? ¿Estaba firmándole ese libro a un muertito? Ni modo. De inmediato puse mi firma y le entregué el libro. 

No sé si Pedro, en algún momento de su otra vida, llegó a leer mis palabras. 

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