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Mínimas Necesarias

  |   Alex Neira / Descargos de conciencia   |   Mayo 21, 2013

Ahora entiendo a Montaigne.

O lo comprendo y entiendo como nunca antes.

Cuando decía que simplemente citaba para decir mejor su propio pensamiento.

Sin lugar a dudas ya.

Fue mientras leía unas cartas entre Montesquiou y Proust.

En una de ellas, –de Montesquiou–,  nombraba unas líneas de Leopardi que bien podrían ser mis líneas con respecto a Mínimas Necesarias, (y acaso de mis compañeros de viaje y trabajo, Carlos Kröll y Fico Rodríguez).

“No esperes ni una palabra espontánea, por grande que sea tu mérito, por bellas que sean tus obras. Se mira, se calla; y, si se puede, se impide a los otros que vean”.

Tengo miedo como Bion:

“Es imposible complacer a la multitud, si no es convirtiéndose en paté o vino dulce”.

Yo detesto el paté y el vino dulce.

Mis brothers también.

La poesía recalentada y las novelas con edulcorantes, menos todavía.

Peor que peor los ensayos y artículos descafeinados.

Eso sí que ni a balas.

Igual les sucede a los otros Mínimas Necesarias.

 

Por convicción, Mínimas Necesarias nació para ser siempre un punto aparte; desaparecerá al distorsionarse su ecosistema.

Cuando por una de esas improbabilidades del discurrir impregnara en las masas.

No es que no ansiemos todo el mundo se educe, alcance una cosmovisión a través del método socrático.

Se trata de que, Mínimas Necesarias, precisa apreciarse en contraposición a los usos y actuares ramplones, propio de filisteos y fenicios, que por lo general son el maná de nuestra sociedad.

Por eso mismo no debería dejarme abatir por la incomprensión e incluso una cierta impopularidad.

Primero, Mínimas Necesarias jamás será un programa que bata ratings.

Segundo, es lo que es porque espera fortificarse, generar incluso un público in crescendo, pero de tal manera que nos pasemos la vida seguros que faltará demasiado por hacer.

Que los teleastas, el sistema en sí, siempre serán peces demasiado grandes para nosotros.

Por medio precisamente de públicos muchísimo más amplios. 

Y… no por ello menos convencidos.

Si algo tenemos en común los integrantes de Mínimas Necesarias es que sabemos bien, no esperamos ser famosos para hacer lo que consideramos una forma de vida ciudadana consciente.

Verán, no desfalleceremos si no calamos ya que más que calar en sí necesitamos sentirnos que hacemos algo concreto por nuestra comunidad.

 

Por lo demás, ayer me sucedió algo.

Distrayéndome con exquisitez.

La lectura de una novela.

Una extraña novela, de esas que han sido escritas en diversos planos, géneros.

Mi oído en su corazón.

Del inglés Hanif Kureishi.

Más allá de la página 100, leí...“cuando contemplas una obra de arte que no consigue satisfacerte, te das cuenta de lo exigente que eres, que en tu vida falta algo”.

Eso mismo ha pasado con cada integrante de Mínimas Necesarias, especialmente alguna vez cuando conversábamos entre copas sobre Marco Aurelio Denegri.

Faltaba algo en nuestras vidas, que por otra parte percibíamos asimismo faltaba en las de nuestros conciudadanos.

No únicamente juzgamos que somos exigentes.

En relación a la evidente poquísima presencia de programas como el nuestro –y la necesidad esencial de haber más y de superior eficacia y calidad–.

Además anhelamos receptores harto más exigentes que nosotros con el pasar de los días.

A tal punto que ellos mismos consideren gestar o patrocinar otras producciones de divulgación cultural.

 

Mi camino como escritor es como desde el primer momento en que me decidí en serlo: insospechado.

Jamás cesaré de agradecer a mis amigos Carlos Kröll y Fico Rodríguez por haber confiado en mí, así ya nunca volvamos a grabar.

La experiencia audiovisual no únicamente sirvió para conocerme mejor, sino para entenderme de forma más amplia y contundente.

Reanalicé mi propio pensamiento.

Ellos, tan bondadosos conmigo, me han dicho en repetidas ocasiones que Mínimas Necesarias más que nada soy yo, por eso de ser el conductor y el hacedor de los monólogos.

Acá quiero aclararles también, tanto a ellos como a la comunidad en general, son los oráculos de cada uno de mis encuentros conmigo mismo.

Como Gerardo Carrillo, director y creador de Locheros, confiaron en mí vislumbrando unas capacidades artísticas mucho antes de ser incluso consciente de su magnitud.

Supieron domar a la bestia egocentrista.

Le siguieron la corriente al loco de atar hasta hacerlo saborear cucharaditas de hiel tan amicales como intelectuales, haciéndole tragar verdades venenosamente amargas que, es justo manifestar, sólo por ellos habría podido alcanzar a degustar.

Qué habría sido de mí sin ellos…

Seguro en el completo anonimato como ya entonces desde hacía más de una década.

Hasta a veces pienso que nada más con ellos podría trabajar, así, escribiendo artículos o haciendo monólogos o entrevistando, como sucederá si todo marcha sobre ruedas a partir del siguiente programa.

 

Antes de inventar monólogos no tenía idea de cómo me enfrentaba a la sociedad como artista.

Tal y cual ocurre a otros compositores, guardada una idea de mí pero en sí era otro quien se desenvolvía frente a los demás.

No era consciente de ello.

Cuando empecé a grabar fui percibiendo que cada uno de mis previos borradores involucraba esencialmente mi formación literaria así como mi manera de ver y afrontar la realidad.

“Nada que pueda quitársenos es realmente nuestro”, apuntó en su autobiografía Jefferson.

Lo aseguraba en un diálogo entre la cabeza y el corazón, haciendo referencia a la libertad intelectual.

Y eso es lo que he captado en mil planos gracias a mis amigos y compañeros artistas.

Cuando compongo mis monólogos, por razones justamente propias de ese tipo de arte, evito en lo posible citar, a diferencia de otros casos donde lo considero un elemento cardinal.

Me recuesto y sin más intento armar un texto que será oral con la finalidad antes que nada de no aburrir y hasta mantener bajo una especie de encanto inteligible y conceptual.

Hecho a base de metáforas.

Pienso bastante en que los espectadores esperan contundencias orales antes que discursos eruditos.

Asimilo que no lo conseguí, y que seguramente nunca ocurrirá.

 

Sin embargo hay algo que es puntual y objetivo, y por eso el imperecedero agradecimiento.

Por Mínimas Necesarias me concibo encuadrado en mi papel.

Como escritor.

Más que nunca en mi elemento.

Hablar mediante monólogos no es más que la extensión de mi prosa y mi verso.

Prosa y verso que reevalúo conforme compongo cada nuevo monólogo.

Ya no nada más consciente de mi capacidad de gestación estética.

Asimismo convencido de mi pensamiento moral.

He visto que mi hilo de Ariadna emocional está compuesto de tres alambres, y que el tercero es de color rojo y se llama “conflictos personales”.

“¡Tranquilo Alex, tranquilo!”.

Hasta siempre, es hora de grabar.

 

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