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Cabellos

  |   Julieta Reyna / PUSH   |   Junio 06, 2013

¿Qué tienen los cabellos de Rodrigo? No huele bien y tampoco es guapo, pero hay algo que pasa cuando me acerco a él que tiene que ver con el color de su cabello o con algo extra que genera caricias disimuladas durante el tiempo que estamos juntos en cualquier parte. 

Lo conocí en enero de este año y desde la primera vez que lo vi hasta ayer en la tarde, no había reunión en la que no le tocase el cabello. Al inicio eran palmaditas por la parte externa de su cabeza y me parecía muy tierno, porque a él le gustaba y me daba un abrazo de patas o también me palmeaba el cabello. Hasta que un día decidí abrir mi mano para introducirla en los cabellos de Rodrigo. Es de esas acciones que son la consecuencia de la confianza. 

Rodrigo estaba sentado y yo a su costado. De modo mecánico, mis manos ya estaban en su cabeza. Hablábamos de asuntos sin importancia o capaz los asuntos se volvieron inservibles cuando volví en mí para sentir la descarga que provocaba ya no su cabello, ahora era su cabeza. Ese día mis caricias de amistad se volvieron caricias cargadas de deseo tan intensas, tan constantes, tan incontrolables, tan fuertes... tan tontas.

No habíamos planeado nada, pero ayer en la tarde yo lo busqué. Ayer en la tarde yo toqué su puerta. Ayer en la tarde nos sentamos en su sillón, nos quedamos callados, todo estaba en silencio. Ayer tomé su cabeza, metí mis dedos en su cabello y empecé a jalárselo. Sin lugar a pregunta, Rodrigo hizo lo mismo conmigo. Empezamos a jalarnos el cabello, empezamos a despeinarnos, empezamos a excitarnos y del cabello pasamos a la cara. Palmadas en la cara. Y ahora nos dábamos palmadas en la cara y nos jalábamos el cabello. Olvidé incluir los besos, ¡ah, sí, los besos! Nos  besamos, nos mordemos, nos tocamos más partes de nuestros cuerpos. Hasta que sonó el teléfono.  Era su novia, era mi amiga. Como si ella nos viese por el teléfono, rápidamente nos peinamos y nos pusimos de pie para acomodarnos la ropa.  Rodrigo se fue a la cocina, quería privacidad. 

Y finalmente, me vi ahí, con ganas de jalarle el cabello para que deje de hablar con ella, para volver al sillón, a los besos, los jalones, para volver a lo demás. Pero el golpe fue más fuerte al caer en cuenta que yo lo busqué, que yo lo encontré y que ahora, acabo de perderlo.

Todo se terminó. Y ahora estoy en mi oficina escribiendo de cuando en vez lo que sucedió para que quede constancia del proceso en el que una puede dejarse llevar, pasarla bien y perder la amistad. Ojalá que con esto no pierda también mi trabajo.

 

Foto: Joy Paz

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