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En el baño

  |   Julieta Reyna / PUSH   |   Octubre 21, 2013


Un sábado común, a las dos de la tarde, Josefina marcó el horario de salida de su trabajo. Ese día, luego del almuerzo, debía meter la ropa a la lavadora y chequear el correo personal para ver si alguien, además de las tiendas por departamento, se había acordado de ella. También debía llamar a su padre para contarle que en esta nueva ciudad ha encontrado el éxito que tanto tiempo ha buscado. Eso le dice todos los sábados y él se queda contento y con el pecho hinchado. Pero la verdad es que todo, salvo la estabilidad laboral, ha marchado mal. Y si no fuese por eso, ya habría tomado una dosis de 30 Alprazolam que su médico le recetó para todo el mes. Pero bueno, es hora de almorzar y Josefina se dispone a ir al mismo restaurante.

Ahora está sentada en un espacio cerca de una ventana. Apoya las manos en la mesa, toma una servilleta y empieza a doblarla mientras espera el arroz con mariscos que pidió. Pero al igual que ella, hay cerca de 20 personas sentadas en mesas contiguas a la suya, comiendo o esperando un plato de comida. Por ejemplo, frente a ella, están dos mujeres que hablan de cirugías mientras comen ají de gallina. Una le cuenta a la otra que quiere aumentar las tallas de su culo y la otra le pregunta para qué si su figura está perfecta. Entonces, la otra mujer, luego de llevarse una cucharada a la boca, le responde mientras mastica que quiere sorprender a su marido. “Quiero que me dé más duro”, sentencia y ambas sonríen.  

Las mujeres siguen hablando y Josefina, mientras espera su plato, deja de prestar atención a lo que dicen y se centra en la mujer que quiere aumentar la talla de su culo. Esta debe tener alrededor de 30 años. Lleva un vestido verde ajustado y corto. Sus piernas están cruzadas y lleva unas sandalias negras. Su cabello también es negro y tiene un cerquillo que se lo acomoda de vez en cuando.  Tiene una boca grande y come con tantas ganas el ají que, poco a poco, su cara se pone roja. ¿Será de placer? Es que eso se percibe, pues cada vez que se mete una cucharada mueve la boca con tanta suavidad, como en las publicidades de comida. Ya se le oye decir un “ummm”. 

Una mujer se acerca a la mesa de Josefina. Es la mesera que viene trayendo el plato de arroz con mariscos que pidió. La mesera lo deja servido, se retira y Josefina no se preocupa por darle las gracias. Ahora el plato humea junto a la cara de Josefina y ella sigue distraída. Huele tan rico y ella sigue distraída. La mujer se ha levantado. Se arregla el vestido ajustado de color verde y se lleva las manos al cabello. Toma su cartera, arrima la silla y se mueve de su sitio. Todo indica que se va del lugar, pero no. Se dirige al baño.

Josefina se siente extraña. Esa es la palabra. Su centro de atención se ha ido. Ahora la mujer del vestido verde está en el baño. Ahora tiene un plato de arroz con mariscos en su mesa. Toma una cuchara y se dispone a picar el primer bocado. Lo hace. Ahora tiene mariscos en su boca. Mueve, mastica. Ahora se ha pasado el bolo y mientras esto ha sucedido ha pensado en ir al baño. Ha pensado en esa decisión. Analiza los pros y los contras, lo bueno y lo malo. ¿Para qué va al baño? ¿Qué quiere conseguir?  Â¿Un poco de acción a su vida rutinaria? Vamos, no importan las razones.

Ahora ella está de pie. El plato sigue humeando. Toma su bolso y se va al baño. El espacio del baño es largo, con un pasillo en cual hay varias puertas. Todas parecen estar cerradas, pero no ocupadas. Josefina está de pie. Se mira al espejo. Tiene la cara grasosa. Pasa la zona del espejo y se dirige al pasillo lleno de puertas. Camina despacio y mira las puertas para ver cuál está realmente cerrada. Camina y camina. Hasta que en una de ellas, hay dos pies con las sandalias negras de la mujer del vestido verde. En el baño no hay nadie más. La mujer baja la palanca del inodoro. Esta se dispone a salir. Josefina está justo afuera de la puerta del baño en el que se encuentra su centro de atención. ¿Qué hace ahí? La mujer abre la puerta y Josefina está ahí… 

Aaaaah, dice la mujer. Josefina entra al baño con ella, toma su nuca para acercar su boca, para besarla y combinar el sabor del ají de gallina con el arroz con mariscos. La mujer se resiste. Quiere gritar, puede gritar pero no lo hace. Josefina ahora la mira, le dice Hola y sin permiso le sube el vestido. Le toca el culo, lo pellizca, lo amasa. Es tan suave como los mariscos que masticó. Le baja lentamente las bragas y le mete su mano a donde debe meterle para que no le quepa ninguna duda de por qué está ahí. La mujer del cerquillo y vestido verde la mira y su cara de susto empieza a cambiar. Ahora la mira distinto. No es deseo. La mira distinto. A medida que la mano de Josefina se mueve lento o despacio dentro de ella, la mujer hace gestos. Ahora usa las dos manos. Con una mueve ahí dentro y con otra le sujeta la espalda. Dios… qué espalda.

Más rápido, dice la mujer, más rápido dice la mujer. Josefina la mira y le dice ¿Quieres que te dé más duro? ¡Eh…! La mujer le dice que sí. Y josefina empieza a acelerar. A su modo empieza acelerar. Una de sus manos deja su espalda y pasa a sacar sus pechos al aire. Las manos de la mujer ayudan a que estos estén afuera. Josefina tiene los pechos de la mujer afuera. ¡Así! ¡Dónde deberían estar! ¿Más duro? Ah… ¡ah! La mujer de verde se ve tan indefensa, tan dejada de sí. ¡Más duuuuro!, dice en voz bajita.

Los pechos al aire y el deseo de Josefina se juntan para formar una realidad: ella acerca su cabeza a los pechos de la mujer. Los lame y los muerde, Pero más los lame. Los ensaliva y con la otra mano mueve duro ahí dentro. Le mete dos dedos, le mete tres dedos. La mujer grita. Ahora están arrinconadas. ¡Le mete toda la mano! La mujer del vestido verde grita. Tanta viscosidad ahí abajo. Ahora con una mano toca y con la otra mano acaricia. ¿Qué acaricia? La razón por la cual se conocieron: su culo. Las manos de la mujer están en el cuello de Josefina. En general, ella es quien hace todo el trabajo. 

¿Quién eres? Le pregunta la mujer. Josefina sonríe y dice: "Soy la que te va a meter todo lo que quieras para que sientas duro". Mientras esto sucede la otra mano que acariciaba también cumple una labor más determinante: uno de sus dedos está en su ano. Ooooooh, grita la mujer de verde, Oooooh y ambas extremidades empiezan a moverse como si compitieran, como si no fueran del mismo cuerpo. Josefina suda y pide que la mujer grite. ¡Grita! ¡GRITA! YO TE DOY MÁS DURO QUE CUALQUIERA. YO, YO, YO, YO… y la mujer se viene, se viene tanto, tanto que la viscosidad aumenta, Josefina aumenta la velocidad a mil… y la mujer se viene, se viene más. ¡Soy mejor que tu esposo! Y la mujer grita tanto, tanto, tanto que es probable que se haya escuchado afuera. Los orgasmos terminan porque los movimientos terminan. Ahí no hay nada más. 

Durante los últimos minutos de rapidez manual, los ojos de Josefina estuvieron cerrados. Ella poco a poco ha dejado de moverse y lentamente, cual aguja que coloca una enfermera, saca sus manos viscosas del cuerpo de su mujer. Ambas se miran, se acomodan sus trajes. Durante todo ese tiempo han estado de pie. Sigue el silencio. No es incómodo, nada es incómodo. Josefina sale primero. Ella sale después. Ahora ambas se encuentran en el espejo. Es como si nada hubiese pasado. Ambas se miran al espejo. Ambas se sonríen. Son cómplices de algo. Son algo y no saben sus nombres. Ninguna de las dos quiere hablar. ¿Para qué?

El celular de Josefina suena. Es su padre. Ella no sabe si contestar o no. Contesta, le dice la mujer. Josefina contesta y su padre esperando que su hija le infle el pecho, pregunta lo mismo de todos los sábados: "¿Cómo estás?" Y ella le responde lo acostumbrado. Pero mientras lo hace, mira a la mujer de verde quien se arregla, toma su cartera, abre la puerta y sale del baño. “Bien papá, estoy contenta, pues aquí he encontrado el éxito que tanto tiempo he estado esperando.”. 

Así, mientras padre e hija continúan en el teléfono, la mujer y su amiga han pagado la cuenta para irse del lugar. Ah, y el plato de arroz con mariscos continúa humeando en la mesa. Todo sigue igual.

 


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