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Algo muy disfrutable
| Julieta Reyna / PUSH | Enero 17, 2014
Son las seis de la tarde y desde ‘la Plazuela’ veo cientos de aves danzar en el cielo. Siempre vienen aquà y a los árboles de la avenida Balta y del Parque Principal. De hecho, a esta hora, mirar hacia arriba es más agradable que mantener la mirada fija al frente. Pero mire a donde mire, desde hace una semana, oigo lo mismo.
Estoy sentada en una banca fumando mi tercer cigarrillo, mientras tanto unos niños juegan a las escondidas en el centro del lugar. Un niño cuenta y los otros se esconden debajo de las bancas o debajo de los muros. Y se encuentran y vuelven a repetir el juego. También veo cruzar a mujeres con varias bolsas de los supermercados que están cerca. Cuán contentas caminan todas ellas. Unas van solas, otras con sus hijas y otras con sus esposos.
En cambio yo estoy sola y no me he bañado en todo el dÃa y mi cuello y mis hombros y el resto de mi cuerpo está pegajoso. Tengo un moñito en el cabello que disimula la suciedad. Creo que tengo pinta de persona ocupada, seria y enojada. Pero la verdad es que en medio de tanta apariencia, estoy segura de que un dÃa de estos me voy a levantar de esta banca y voy a caminar hacia algún hombre solo, sentado en algún lugar y le voy a decir: Oye, ¿quieres estar conmigo? ¿Quieres tirar conmigo? Y entonces, lo traeré a mi casa y me desnudaré en la cocina y él acariciará mi cuerpo pegajoso y yo haré lo mismo y le excitará tanto que, en un dos por tres, ya me habrá penetrado. Y yo gritaré sin cuidado de nada y seré libre y seré suya en medio de las ollas y el balón de gas.
Ahora voy por el sexto cigarrillo. Ya ha anochecido y las aves y los niños ya no están disponibles para verlos. En vez de ellos observo parejas de jóvenes que pasan de un lado para otro y hombres ancianos en las esquinas que hablan y hablan y hablan. Tengo las piernas cruzadas y mi brazo derecho abraza mi abdomen, mientras que el otro permite que mi mano sujete el cigarrillo que fumo.
Desde hace una semana tengo gemidos en mi cabeza. Los oigo todo el dÃa y es inevitable. Gemidos de mujeres y de hombres que hacen que mi calzón esté húmedo en todo momento: cuando saco copias, cuando almuerzo, cuando hablo con mi madre o con mi profesor. Son gemidos imaginarios que hacen que de vez en cuando me dé un tiempo para ir a algún lugar solitario para cruzar mis piernas y apoyar mis manos en la pared y venirme de a poquitos y venirme sola. Pero ha dado la casualidad, de que ahora estoy acá, en el mejor lugar para descansar que existe en esta ciudad, rodeada de gente y con ganas de mojar la banca, con ganas de dejar mi huella e ir a casa.
Ahora voy por el octavo cigarrillo y la gente continúa cruzando. En la banca continua, la que está a la derecha, una pareja de novios conversa con una señora, debe ser la suegra. Han salido a pasear y ahora se toman un descanso mientras los tres comen hamburguesas.
Noveno cigarrillo y se me agota la paciencia. ¿Qué me importa la pareja y la suegra? ¿Los pájaros de mierda? ¿Qué me importan los niños y sus escondidas? ¿Qué me importa? O más bien ¿Qué les importo yo a todos ellos? Mis piernas siguen cruzadas y mi cuerpo transpira. Siento el calorcito de la frustración en la espalda, en mis manos y el humo que tengo en la boca es expulsado más rápido de lo normal. Mi calzón vuelve a humedecerse más y mis piernas están muy juntas, muy apretadas, muy cerradas. ¿Qué haces? Me muerdo los labios, cierro los ojos. Ya van a ser las ocho de la noche. Los trabajadores salen de sus puestos, los rockeros pasan, las chicas, los chicossss, los hombres y yo sigo sentada ahÃ, estrujándome las piernas con mis manos apoyadas en la banca, haciéndole caso a los gemidos que no son mÃos, pero están dentro de mÃ. No hago ningún ruido, pero si respiro muy rápido y fumo y fumo el cigarrillo que me queda y aprieto mis nalgas y me retuerzo sutilmente en la banca de ‘la Plazuela’, porque de mi vagina sale un lÃquido y me mojo y mojo la banca, mientras varias personas caminan y me ignoran, porque en efecto, todos somos vecinos, pero cada uno está en su polo y siento cosquillas y sonrÃo y cierro los ojos y vuelvo a apretar las piernas y las cosquillitas vuelven ¡DIOS! Es algo, es algo pequeñito, pero muy disfrutable. Y abro mis ojos y nada se ha detenido.
Décimo cigarrillo. Pienso que deberÃa venir más seguido aquÃ, a esta banca, a mirar pasar las aves, a mirar a madres cargando bolsas del supermercado y a dejar mi huella húmeda para alzar bandera, dando a conocer que busco algo que aún no sé qué es.
Foto: Mirian Neira.
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