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Primer encuentro

  |   Julieta Reyna / PUSH   |   Agosto 27, 2013


Yo recuerdo que antes de eso estuve en el comedor de mi casa partiendo un pan para meterle palta, ají y un poco de limoncito. Yo recuerdo haber estado vestida con mi pijama y con la idea de quedarme ese fin de semana revisando papeles de la universidad. Ni preocupada, ni triste, ni pensativa. Pero si desprevenida. De broma en broma, él y yo de acordamos vernos en una esquina del centro. No recuerdo cuánto me demoré en vestirme, tomar algunas prendas y salir. Las transiciones pasaron tan rápido que de la puerta del taxi pasé a la puerta del hotelito. Y listo. Ahora me encontraba ahí, asustada, tensa. Había llevado una mochila, la cual no me la quité media hora después. ¿Y a ahora qué? Parecía mi primera vez.

A él lo conozco poco. Muy poco. Este "él" está sentado en otra silla, en el otro extremo de la habitación. Me mira y me sonríe. Ese es un espacio en el cual nos hablamos con la mirada. ¿A él le quedará duda de saber por qué estamos aquí? Claro que no.  Ã‰l sonríe y yo luego de dejar mi mochila, voy al baño. En verdad, estoy nerviosa. Me miro al espejo. Ensayo gestos sensuales sin mucho éxito, me toco los pechos, me toco el cuerpo y vuelvo a mirarme al espejo. No sé qué concluyo, pero es hora de salir nuevamente a su encuentro.

Él ahora me hace preguntas. Pensé que no vendrías, me dice. Yo sonrío y para esconder los nervios lo miro a los ojos y le digo No discutamos sobre el tiempo que ya pasó, ¿quieres? 

Saco un cigarrillo. Lo enciendo. Seguimos separados. Lo bueno es que con él río siempre. Desde que lo conocí. Nuevamente ni preocupada, ni triste, ni pensativa. Pero si desprevenida. Por eso la risa nos acercó y ahora estamos sentados el uno frente al otro. Ambos fumamos, ambos hablamos, nos miramos y apaciguamos cualquier elemento que tenga familiaridad con el miedo.

¿Quieres irte?, me pregunta. Yo sonrío y le digo en un intento desafiante que sí quiero irme. Él se incomoda. Parece que no le gusta mi respuesta. Pero yo lo dije en broma. ¿Estás hablando en serio?, me dijo. Yo me quedé en silencio. ¡No puede ser que quieras irte!, me replicó y se levantó de la cama. Hubo un silencio prematuro y por lo mismo innecesario. 

Entonces, agarré fuerzas y le dije que era broma, pero que si quería pelear, que adelante, peleemos. Y me miró. Sonreímos. Él y yo siempre terminamos sonriendo. Y la idea de irme había desaparecido de su cabeza. Ese fue el detonante para la vulgaridad de movimientos que ambos orginamos.

Él en ese momento vino hacia mí y me tomó por la cintura. ¿Quieres irte, mamita? Y el tono amenazante me excitó. ¿A quién no? Intenté zafarme, pero yo quería más. Nos besamos, me mordió los labios, me tomó la cintura, la cabeza, las piernas, mis piernas. Yo tomé lo mismo.

Estamos de pie, nos abrazamos, recorremos las paredes de pie. Nuestros besos tienen sonidos clásicos. ¿Cuántas veces he estado en una situación así?, me pregunto. Carajo, no te desconcentres… no te desconcentres, no la cagues, por favor.

Y minutos van y manos van y manos vienen y se meten por debajo de la ropa, por debajo de la piel y pellizcan y yo no tengo más que decir que un aaah, mientras él me mira con cariño, pero no con amor. A todo esto ¿dónde está mi amor? Carajo, no te desconcentres.

Ahora ya no tengo polo y él tampoco. Me abraza tan delicado, tan delicadas sus manos que recorren mi espalda y luego mis tetas. Eso es clásico. Mete sus manos en mi cabellera, me pone la cara hacia atrás y me susurra al oído. ¿Quieres irte, mamita? Yo sonrío y nuevamente volvemos a los intentos de violencia.

Él tiene una correa, se pone de pie, se la saca. Eso me recuerda a un par de películas peruanas y a dos videos de porno casero que alguna vez vi. Pero ni las películas, ni el video. Era yo y capaz debía imaginarme en alguno de esos dos casos porque el miedo, por más intentos de disimulo, estaba ahí. Ahora soy una actriz de esas, dije. Y sí, es gracioso. Es hasta las huevas. Perdón, pero ayuda bastante a creértela y a matar todo pudor, para lamer, oler, sentir y succionar. Succiones… succio-nes… sssssssssssssssssssssucciooonessssssssss. 

Sentir, soñar, simplificar, sintonizar, conectar, combatir, compenetrar, penetrar, penetro, pene-tro. No sé cómo haya estado afuera, pero dentro de mí habían revoluciones para concentrarme y pensar, pensar pensar, imaginar que estoy en otras, que soy otra, que tengo cuerpo de otra, que soy una bandida, una de esas, una golfa, una mujerzuela, una valiente. Todo menos yo… para gritar con fuerza los “ahs” repetitivos, las súplicas, las exclamaciones de gusto, de placer y de pedir más. No te desconcentres, por favor.

A las tres de la mañana yo necesitaba una revancha. Yo aún no me la había creído. Y él, más agitado que yo, enciende el televisor y producto del zapping aparece Cerati con una canción. Cual proceso conocido, deja el control en la mesita y me vuelve a mirar, vuelve por su presita que en este caso soy yo. ¿Habrá planeado todo esto? Soy una amante monse, me digo. Carajo… concéntrate. Déjate llevar. ¿Qué más te queda a estas alturas? ¿Quieres irte, mamita? No, no quiero irme, eso pensé. Y, finalmente volví. 

Este, en realidad, no es un partido con él, es más bien un intento para desafiar cuán capaz soy de imaginarme con otra cara, otro cuerpo, recibiendo placer. Y si, si, si, minutos van y manos vienen a sujetarme el abdomen para darme con fuerza. Y me olvido de las demás, porque son excusas, porque en realidad yo quiero ser la que recibe, yo quiero ser la que esté ahí, yo decidí estar ahí.  Mi abdomen sigue sujetado por sus manos. Qué delicia, pues mientras yo recibía me dijo Buenos días y yo le dije, entre voces cortadas, Bue-nos dí-as… y así, así terminamos. Él cayó rendido y yo también.

Me levanté a las 11 de la mañana. Era hora de volver a casa. Me vestí, abrí la puerta y él se quedó boca abajo, durmiendo en el espacio derecho de la cama que había sido nuestra la noche anterior.

 


Foto: urioso.com

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