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El viaje perfecto

  |   Julieta Reyna / PUSH   |   Marzo 24, 2014


Eres un viaje perfecto que deberé contar en tiempo pasado para que no se me olvide que un día subiste al bus y te fuiste de aquí.

Aún sigo escuchando los playlist en tu cuenta de Youtube. Me transportan a un espacio en común donde nunca nos perjudicamos, incluso en la cocina: a ti te gustaba mucho la cebolla y yo nunca la quise. Por eso, en nuestras comidas, la cebolla nunca estuvo presente. Fue mejor eso antes que iniciar un rechazo mutuo.

Yo siempre quise dormir contigo. Nuestra ropa alternativa y pulcra, regada por el piso, adornó tu cuarto que en ese entonces fue nuestro.  Nosotros permanecimos inquietos en la cama, parcialmente calatos: las medias evitaban nuestros calambres. Nos tocamos, hicimos ademanes para contar chistes, nos besamos y, cual escena de película española, nos acariciamos mientras mantuvimos los ojos cerrados, con la intención de memorizar nuestros rostros.  La verdad es que a mí me funcionó. Tengo el recuerdo eterno de tu cabeza. 

No tengo quejas de nada. La cama fue perfecta, porque se ajustó a nuestra talla y guardó nuestros olores y absorbió los extras de los líquidos que ambos nos regalamos. La cama nunca sonó. Siempre guardó silencio para mis gemidos y tus gemidos, cuando estuve encima de ti y al revés.     A veces, deseo que el recuerdo pueda llevarme a la humedad, a la flexibilidad, a veces deseo que nuestro recuerdo me ponga en movimiento, en vez de mantenerme quieta en una esquina, con la mirada al vacío. En realidad quisiera tu cuerpo y tu mente aquí conmigo, pero eso es más imposible que lo anterior. Así que me conformo, como lo hago con todo.

Nunca deseé tanto a alguien y nunca amé tanto a alguien. Pudimos hacer más, pero el tiempo fue limitado. Pudimos vibrar y enloquecer más. Todo fue a penas el inicio. Sacarte la camisa, desabotonarte el pantalón, quitarte el sombrero, bajarte el bóxer a rayas, dejarte las medias. Tocarte la espalda lisa, la panza peluda, embadurnarte con mi sudor, con mi saliva, con mis lágrimas, tocarte el pene, lamerte el pene, chuparte el pene, ponerlo duro, mientras mi voz y tu voz se decían “sigue, no pares, así, dios, más, dale y wao”. Para ese entonces, tú ya habías hecho lo mismo conmigo. Me abrazaste y me dejaste de abrazar de a poquitos. Recuerdo la sensación de las caricias con las yemas de tus dedos…  Lloramos y estuvimos de pie, bailando una canción de Fobia. Bailamos desnudos y felices. Movimos nuestros pies. Tú tarareaste la canción y al mismo tiempo complaciste a mi huequito que, en ese entonces, pedía tu mano a gritos y yo sonreí  y dije cualquier palabra con la mayor confianza que pude haber tenido en situaciones así. No necesité más, solo eso.

Siempre quise dormir contigo, con tu forma de bailar, con tu forma de hablar, con tus cuadros, con tus historietas, con tus autores, con tu música, con todo lo que me causaste. Siempre quise que alguien como tú me entregue su tiempo para revolcarnos despacio y penetrarnos  en simultáneo o en diferentes momentos. Siempre quise que alguien como tú me haga reír con sus discursos y con su lengua mientras me lamía los labios que no conforman mi cabeza. ¡Qué rico, carajo!

Fue tierno que me hayas penetrado con Caifanes sonando en tu computadora. Por suerte yo supe la letra y mientras tomábamos posesión el uno del otro, pude gritar contigo el coro mientras nos movíamos mirándonos a la cara: Despacio, despacio, más rápido, rápido, más rápido, embrújame, volvámonos eternos, más rápido, rápido, muy rápido, viento aaaah, amárranos, ensártanos, júntanos… detente muchos años aaaah. 

Pero el tiempo no se detuvo. El tiempo no nos amarró lo suficiente. El tiempo nos vuelve locos con la lista de pendientes y de personas que aparecen en nuestras vidas. ¿Con quién estarás ahora? ¿Quién reirá contigo? ¿Con quién estoy ahora? ¿Quién reirá conmigo? 

Vuelvo a la escena del bus y tu partida. Ahora te despido con alegría y con deseo de que conserves lo que pude enseñarte. Ahora camino alegre por la calle que hicimos nuestra en febrero del año pasado, porque ahora vuelve a ser mía. El bus parte y yo miro tu cara pegada a la ventana. Vuelvo a la vida porque me encuentro sola, con un terreno que debe cultivarse, humedecerse. Otra vez.

Que la felicidad en la cama, en la mesa, en la cocina, en las calles, en tu cabeza, en todos lados esté presente para ambos. El bus partió y mi tiempo contigo… se fue con él.

El viaje perfecto - Podcast9

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