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Correr para ir al trabajo
| Julieta Reyna / PUSH | Junio 20, 2013
La última vez fue el miércoles pasado, andaba medio dormida. Ocho de la mañana, recién despierta, con grasa en la cara y el resto del cuerpo que me olÃa a sudor de catre. El televisor encendido para ver la hora. Eso es básico todas mis mañanas. Ver a Beto Ortiz entrevistando a un montón de viejos y viejas que manejan este paÃs, eso también es básico.
Pero este dÃa solo quise ver la hora, pues me habÃa despertado a las ocho y a las ocho ya deberÃa estar en mi trabajo. ¿Qué hice la noche anterior? Haber dormido temprano. Eso hice, eso fue. Ocho y tres: me bañé, me toqué, me dejé de tocar, me sequé, me cambié y empecé a imaginar varias escenas que en ese instante podÃan tener lugar en otro espacio y con otro cuerpo. Pero no les presté atención, porque me distraÃan y ya no eran ocho y tres. Ocho y dieciocho: ya habÃan pasado 15 minutos. ¿Me despedirán? Ya he llegado muchas veces tarde y me advirtieron que no lo vuelva a hacer. Eso me dijeron como tres veces antes de este dÃa. Y yo que viajé a Argentina para aprender, conseguir un buen trabajo y todo eso. La impuntualidad caga las buenas intenciones.
Ocho y media, ocho y media, y de nuevo las escenas. ¿De qué se trata? Era algo que agitaba mi corazón, que me ponÃa en blanco, no sé, que me dejaba quieta en una silla siendo consciente de que el tiempo pasaba volando, de que podÃa ser el último dÃa en el escritorio nuevo que compraron para mÃ, de que serÃa la última vez que pensarÃa en eso, porque luego estarÃa ocupada buscando otro trabajo. Dios… y ahà de nuevo. Sentada, muy sentada y sin ánimos de levantarme, con mucho placer en los ojos, en las orejas, en los labios, muy caliente pensando en que el tiempo pasa, en que no soy capaz de controlarlo, muy caliente pensando en que soy una mierda, que no significo nada, muy incapaz, muy de todo y que si algo sé controlar es la maña de seguir siendo mediocre estando sentada ahÃ. ¡SÃ!, ¡SÃ! ¡Jódete!, ¡jódete muchas veces!, ¡jódete muchas veces!, pero disfruta. SÃ, no poder controlar el tiempo y que todo pase, estar sobre la hora y que todo pase, echar al agua y que todo pase. Eso me provocó un orgasmo, o algo parecido a las ocho y cuarenta de la mañana. Qué descanso, qué descanso…
Ocho y cuarenta y nueve, habÃa pasado el temblor. Me lavé la cara, los dientes, me puse desodorante, tomé las llaves, abrà la puerta y me fui corriendo a salvar mi futuro.
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