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Ni saben que no saben
| Alex Neira / Descargos de conciencia | Febrero 18, 2014
Ignorante no es tanto quien desconoce algo –o sobre algo–. Lo terrible del ignorante común y silvestre radica en que desconoce su propia ignorancia, yendo por ahà con el pecho inflado: esclavo de lo poco que sabe, orgulloso de creer saber mucho.
¿Debido a qué califico su saber insignificante? Ante todo tomando en cuenta que nadie puede saber mucho si reflexionamos en el Saber con mayúscula, en el conocimiento en general.
Cuando Sócrates le respondió al oráculo de Delfos que él sólo sabÃa que nada sabÃa, no pretendÃa asegurar que nada sabÃa en realidad, antes bien: pensaba en el conocimiento en general, en lo harto por ahondar sobre la realidad y la condición humana, y, lo poco que al final cualquiera puede saber en comparación con lo aún no analizado, estudiado, conocido. Y de paso dejaba ver que ya sabÃa muy bien algo: que cuando menos tenÃa presente “nada sabÃaâ€. Claro, nada sabÃa en comparación con lo faltado por saber.
¿Irónico el filósofo no es asÃ? Sutileza primur inter pares, dio inicio a todo el pensamiento filosófico occidental y por ende de la humanidad, racionalista por excelencia. Una perla a propósito: “Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignoranciaâ€.
Hace poco releyendo a la filósofa Victoria Camps acerca del papel de los intelectuales en la actualidad, sobre el hecho de considerarlos a los periodistas que escriben artÃculos de opinión, participantes en tertulias y debates, como quienes llevan la batuta en estos dimes y diretes, reparé en algo antes no considerado: “siguen contribuyendo, como siempre, a formar opinión, pero a través de los medios de comunicación y, por lo tanto, subordinados a la exigencia de cada medioâ€.
Sin embargo un cambio está ocurriendo. Aparecen intelectuales –sean o no periodistas– que crean sus propios portales –medios de comunicación al fin–, o cuentan con un blog, o se manifiestan desde un grupo creado por el Facebook. Intelectuales porque se revelan en nombre propio frente a la sociedad, desde luego. Y aunque esto conlleva, como en todo asunto social, un reverso –aparezcan seudo intelectuales también–, asimismo van calando solitarios verdaderamente racionalistas y originales que inclusive perviven en esta sociedad de consumo por anteponer su afán de expresión a un estatus acomodado y ágrafo.
En estos tiempos de usar y tirar antes que de reparar; de ningunear, insultar, sobajar, antes que procurar atender al contrario para juntos alcanzar siquiera una verdad momentánea, el radical paradigma es admirar al intelectual o periodista del dicterio, o medio de comunicación que toca temas locales: la muerte de los delfines, el asesinato cruento de un hijo por su padre, la caÃda de un pedazo de meteorito en el norte de Camerún, temas que nada nutren sobre asuntos públicos, sobre los problemas de todos.
De ahà la relevancia de demostrar nuestras ideas antes que enaltecer a sofistas u oscurantistas de la reflexión: súbditos de los “teleastasâ€, que brillan por su misticismo o confusión cuando más claro hay que mostrarse, o peor aún, omitiendo información de envergadura, adormeciendo con datos insuficientes, o sÃ: sencillamente omitiéndolos.
Por otra parte, no es cuestión de buscar ciudadanos sabios, sólo de revitalizar a la ciudadanÃa, recuperando a los ciudadanos bien informados hoy tan escasos.
Al presente existen maneras efectivas, ya no es como antes pero aun asà muchos dizques “intelectuales†eluden su papel.
Sócrates fue el citado ejemplar en este texto (y en muchos más), primero porque sus ideas siguen vigentes a pesar de los siglos, segundo: ya que fue consecuente con ellas a tal punto de no traicionarse pese a ser amenazado de muerte. En el diálogo platónico Critón se aprecia cómo se le ofrece la oportunidad de huir para asà escapar de una muerte segura. Antes de todo él intentó persuadir al jurado y demás personas presentes: argumentó, pero pese a ello iba a ser condenado, y es ahà cuando demostró no sólo una madurez cÃvica completa, al no adjurar de sus ideas y aceptar la ley al margen de considerarla injusta; además, de pasadita no dejó ya dudas de su autenticidad ciudadana, pues la diferencia entre un ciudadano y un bárbaro, o seres que viven bajo las normas de la jungla, es que un ciudadano respeta la ley, vive y perece con ella.
Antes de subrayar a nuevos “pensadores†volvamos a la base, desde ahà podemos ver la diferencia entre quienes buscan generarnos dudas y quienes pretenden anestesiarnos con respuestas sin fisuras.
Para salir un poco de la ignorancia que nos cerca por los cuatro costados es preciso “aprender de nuevo a ver y dirigir la atenciónâ€, para decirlo al estilo Camus.
Asà se ande solo o con pocas amistades, ocupando un lugar secundario y hasta insignificante dentro de los escalones de una comunidad dominada por un grupete de ignorantes intelectuales –de esos que consideran saber ya mucho y de entrada menosprecian a quienes piensan diferente, y basando sus conocimientos en la agenda polÃtico-mediática–, jamás se debe dejar de fomentar la libertad de pensamiento a través de la explicación de asuntos que atentan contra el ciudadano o que lo relacionan, sea directa o indirectamente.
Los medios de comunicación masivos han cultivado un ciudadano ignorante en los problemas que afectan su realidad social, económica y polÃtica, y por extensión a demasiados de sus intelectuales –y estos ni lo saben siquiera–, pero la red cibernética avecina una nueva posibilidad de reivindicación.
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