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Una selfie no te hace tan especial

  |   Álvaro Dí­az Dávila / Criaturas extrañas   |   Julio 21, 2014


Internet ha potenciado nuestro comportamiento individualista. Llevar una vida virtual tan cargada de actividades personales (actualizar tu perfil en Facebook, publicar en tu blog, revisar correos, chatear, etc…), —todas tan urgentes y estimulantes—, ha creado la ilusión de mantener una vida interior plena e intensa. Y lo más tentador e irresistible, es que las redes sociales nos ofrecen la posibilidad de inventarnos como personajes de nuestra propia historia, de tal forma que todo gire a nuestro alrededor. Pero el problema de esa obsesión por el “Yo virtual” radica en que los elementos que utilizamos para “construir esa personalidad” provienen del mismo Internet, es decir, que son en su mayoría insustanciales, frívolos y pasajeros. No estoy en contra de Internet ni las redes sociales. De hecho, creo que muchas veces las redes son útiles, entretenidas y satisfacen nuestro deseo de comunicación, además Internet es -desde hace un tiempo y lo será para siempre- nuestro más eficiente sistema de información. Tampoco quiero decir que todos los que tienen un perfil en Facebook tienen una vida real falsa y vacía. Mi preocupación va por el lado de que es muy fácil conseguir atención y aprobación a través del Facebook y si no estamos alertas sobre qué es lo que nos conviene, caeremos muy fácil en el juego de querer gustarle a todo el mundo para conseguir satisfacción personal. No niego que recibir “likes” cada vez que colocas una selfie en tu Facebook resulta bastante halagador, pero no hay que ser tan maduro para darse cuenta que nuestro yo, (nuestro “verdadero yo”), va a necesitar algo más real y duradero que un click. Jonathan Franzen decía que «si uno consigue manipular a los demás para gustarles, será difícil no sentir cierto desprecio por esas personas, ya que han caído en el engaño». Asi que advertidos están: ni una selfie te hace tan especial, ni ofrecer likes te hace ser mejor persona. Por supuesto, nadie sabe dónde está esa línea que separa lo real de la vida virtual y probablemente tendremos que aprender a vivir en esos dos mundos de manera paralela. Ese es el reto y la responsabilidad de cada uno de nosotros como consumidores de Internet. Pero, para empezar: ¿somos conscientes que internet puede ser muy perjudicial?

Un mundo de distraídos

“¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?” es un libro escrito por George Carr donde se advierte que Internet nos está volviendo cada vez más distraídos y desmemoriados. Gracias a (o por la culpa de) Google ya no es necesario memorizar nada porque todo se puede consultar. De esa manera ya no es importante aprender algo sino saber cómo encontrarlo cuando se necesite. Además, está el hecho de que en Internet es casi imposible concentrarnos. Frente a una pantalla siempre estamos ocupados y ansiosos porque simplemente hay demasiado por hacer. Revisamos cientos de noticias, tenemos cientos de amigos, encontramos cantidades industriales de información, tendencias, música, películas, todo en demasía. Sin embargo nada resiste el paso del tiempo, todo se sobrepone, se pierde, se olvida y es muy poco lo que queda como aprendizaje verdadero. En Internet todo es abundante y exagerado y por eso la mayoría de su contenido es intrascendente. El resultado es que ahora profundizamos menos en lo que leemos y nos conformamos en satisfacer nuestras dudas con un tipo de información fastfood. «La ciencia habla claro en ese sentido: la habilidad de concentrarse en una sola cosa es clave en la memoria a largo plazo, en el pensamiento crítico y conceptual, y en muchas formas de creatividad. Incluso las emociones y la empatía precisan de tiempo para ser procesadas. Si no invertimos ese tiempo, nos deshumanizamos cada vez más», sentencia Carr.  A eso hay que sumarle la manera en cómo estamos perdiendo privacidad en internet. Cada click que damos es información clave para las compañías que lideran este negocio. De esa manera saben qué es lo que nos gusta y serán capaces de lanzar campañas publicitarias más eficaces. A Google, por ejemplo, le interesa ofrecernos todo gratis y al instante porque cada uno de nosotros somos consumidores potenciales para los miles de auspiciadores que tienen en el mundo. ¿Y si internet, en vez de ofrecernos libertad individual, nos está convirtiendo en unos autómatas? 

Ahora existe la llamada “Generación del yo”. La revista Time los define como «jóvenes cómodos, narcisistas, insatisfechos y dependientes de la tecnología». Se trata de personas que anteponen su subjetividad ante cualquier tipo de influencia colectiva e Internet es el medio perfecto para inflar ese ego. Es decir, las pantallas de sus computadoras funcionan como espejos en los cuáles se miran a sí mismos, se valoran, se alegran y se deprimen sin necesidad de contacto real con otras personas. Y si bien por ahora esto se trata de un comportamiento adolescente, todo parece indicar que en el futuro muchos de nosotros vamos a seguir usando a la tecnología para apartarnos de los demás y ya es bueno que vayamos pensando que consecuencias va a tener eso en nuestras vidas.

 

Ilustración: Arturo Belano.

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