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Rubén Saavedra Cobeñas y el ensueño prehispánico

  |   Karla Mallma / Xam   |   Febrero 19, 2016

Seres que dormitan en aparente serenidad, cielos de un rojo furioso, ciudades en constante movimiento, hombrecillos de enormes ojos, líneas que de abstracto no tienen nada. Pinturas que en apariencia pertenecen a un mundo irreal, mas en realidad hablan de nosotros: de nuestra esencia,  pasiones, dudas y miedos. Es como verse en un espejo. Estas son algunas de las ideas que se vienen a la mente al ver la obra de Rubén Saavedra Cobeñas, destacado artista norteño, quien con escasos 22 años puede dar cátedra de pintura al observar su enorme producción en diversos estilos artísticos.

Esta joven promesa de la pintura empezó su relación con el arte en su niñez haciendo copias de obras de artistas del Renacimiento. Sin embargo, los trabajos por los cuales hoy es reconocido tienen su origen cuando el artista tenía 19 años. Saavedra nos ofrece todo un universo mágico de seres enigmáticos, de ojos misteriosos que viven en lugares inubicables. Una especie de “Surrealismo Prehispánico” para quienes gusten de las etiquetas. Seres que viven en las hermosas leyendas contadas por su madre y forman parte de la rica tradición cultural lambayecana, la cual felizmente aún se mantiene. Seres que se nutren de su amor y observación de la naturaleza y son hijos de su humildad y continuas ganas de aprender.

Dentro de esta vasta producción hay que destacar la obra “Alquimista del agua”, obra  con la cual se dio a conocer en Lima como finalista del 13 Salón Nacional de Pintura del ICPNA, el año pasado. Un cuadro trabajado con infinitas veladuras donde este ser nos mira con serenidad y tristeza, mas nos confronta a su vez. Saavedra lo coloca frente a nosotros para que nos sumemos al diálogo profundo del cual él ya es partícipe. Un diálogo detenido, eterno, que surge de la prolongada observación, como hacían los surrealistas. El miedo es una palabra que también surge al ver el “Alquimista” y este miedo surge pues este ser es capaz de escudriñar en nuestras entrañas.

En esta misma clave, pero podríamos decir en otra línea de trabajo se encuentran las obras que evidencian su asombro antes las culturas orientales. Eso lo vemos en la soberbia “Ordenando universos”, donde apreciamos a este creador de cinco manos en el acto de darle forma a su trabajo. Obra hermana de esta es “Dios”, donde se aprecia nuevamente la predilección de Rubén por los colores azul y rojo y observamos a un Dios de seis brazos, característica de los dioses hindúes. Podemos colocar en esta misma línea a “El silencio de un árbol”, “La creación”,  entre otras.

La influencia de las culturas mesoamericanas se traduce en dos obras: “Teotenatzin” y “El tlacuilo”. En la primera destaca Teotenatzin (también llamada Tonantzin),  la madre de los dioses, la cual devendría con el tiempo —por medio del sincretismo religioso— en la Virgen de Guadalupe. Aquí vemos a esta diosa cerca al famoso cerro Tepeyac y bajo ella a sus fieles. En “El tlacuilo” vemos la pintura de carácter más escultórico en la obra de Saavedra, justamente trabajada a partir de una hermosa roca obsequiada al artista. Es la obra de carácter más enigmático también. Es un homenaje a su vez a la labor del artista en la versión del Tlacuilo; traducido del Nahuatl: “el que labra la piedra”, “el que escribe pintando”.

“Chizoer” es una obra en proceso en la cual se rinde culto al terruño y a su herencia. Chizoer es una palabra en Muchik, la cual traducida al castellano significa “Bien, gracias”. En palabras de Rubén: “Es la retribución de la tierra a los hombres que respetan su naturaleza. Ella les retribuye con fertilidad. Es un estado de gracia para ambos”. La tierra aparece como una madre amorosa que sostiene a su hijo —nosotros— en su regazo y cerca a ella el cactus de San Pedro.

La tierra y quienes la habitan vibran en “El rito de volverse piedra una y otra vez”, “El sacrificio”,  â€œLas tentaciones del San Pedro y otras visiones” y “El amor y otras alucinaciones”. Aquí vemos que la paleta de colores se amplía a los amarillos, celestes, marrones y grises. Son las obras con la mayor cantidad de seres, de los cuales como en “El rito…” se desprenden muchos más. En “Las tentaciones…” es la madre tierra la que invita al sagrado festín de este cactus milenario. Mientras que en “El amor...” es el varón el que seduce y se explica bastante bien tomando fragmentos de la poesía de Saavedra: “Como una colisión de fuego/mi alma te subyuga/te acorrala/te miente/ te engaña/te susurra al oído […] tallando piedras con tu aroma […] tu alma he sanado/te amo/ […] por siempre amor mío/por siempre amor mío”.

Su interés por la astronomía se observa en “La Alegoría de la primavera”,  “La noche”, “Matriarca definiendo una constelación”, “Espíritu del bosque”, “Axis Mundi”, entre otros. Sus creaciones son creadores de constelaciones y nos muestran complacientes su trabajo, inclusive las herramientas utilizadas para ello.

La figura de la mujer en Saavedra es un punto interesante. Son mujeres indescifrables como se aprecia en “La runa”, basada en un mito amazónico; enigmáticas y de abundante pelambrera como en “Mujer”; delicadamente tristes como en “Aún recuerdo tu melancolía”; maestras, casi sacerdotisas,  como en “Kintu”, la cual es una obra en homenaje a nuestra sagrada hoja de coca; o volcánicamente eróticas como se aprecia en “Mujer de mis pesadillas”. Son mujeres que exudan exotismo y que ahondan en lo más profundo de nuestro género.

La versatilidad que caracteriza a Saavedra lo emparenta con la corriente denominada “Arte Grotesco” y esto se aprecia mejor e n su “Autorretrato en Delirium Tremens” donde vemos al Rubén que habita tras el cuerpo que usa.  Mientras su vena mas existencialista se aprecia en “El grito”. Otras obras notables son “La Recoleta” y “Cerro Santa Apolonia”, obras deconstructivistas que nos muestran la influencia de su anterior carrera, arquitectura.

Una línea totalmente diferente es la que nos ofrece en los retratos realistas. El retrato de una guapa muchacha norteña con fondo de playa y “Angustias de mi madre”, un retrato en homenaje a su mamá donde destaca cómo ella “construyó su vida”. Es ella la que cierne la tierra con la cual se levantan esos peldaños. La procesión va por dentro pues esa angustia es mitigada por la expresión serena de la madre del artista.

Creemos que hay un punto aparte con la obra “Mama Pacha”. Con esta última obra Saavedra deja la valla bien alta pues nos ofrece una obra maestra en ejecución y en contenido. En este caso no es la madre la que pide por sus hijos, sino más bien somos nosotros los que anhelamos volver a ella, como susurra la poesía que acompaña a la obra: "Madre, tú que nos albergas en tu regazo/  ayúdanos/estamos muriendo/albérganos en tu regazo/ […] estamos muriendo/ ayúdanos a morir contigo”. La calidad de esta obra es inigualable y nos deja a la expectativa por otras obras más que nos puede ofrecer Rubén.

Recientemente Rubén nos ha dejado obras de filiación fauvista, trabajos en los cuales encontramos un saludable punto medio entre la energía de este movimiento artístico y los colores encendidos del norte y la Amazonía de nuestro país. Así tenemos las obras “Pueblo de Moche”, “Casa de Don Braco” y “Yarinacocha”, obras que vibran, respiran y  todas ganadoras en concursos nacionales de pintura.

Su experimentación en el arte abstracto también ha sido exitosa y eso se observa en la serie de obras: “Cantos de un suicida”, “El despreciador de cuerpo” y “Deja de existir para existir”. Obras en las cuales el cuerpo humano es solo fragmentos, a veces un pretexto, un envase que ya no se necesita pues el interior lo rebasa y son hermosos lazos rojos, semejantes a venas, los que sustituyen lo ausente.

Esperamos que Saavedra continúe explorando los diversos movimientos artísticos como el terreno escrito (urge una posible publicación de su poesía que es abundante),  pues muchas veces la obra pictórica ha nacido a la par de la creación literaria. Un libro que ilustre ambas aspectos de la vida de Saavedra sería muy pertinente no sólo para evidenciar su talento literario sino también para que el espectador pueda ampliar su comprensión de las pinturas.

Ganador del primer lugar en el Concurso Nacional de Pintura Eduardo Saravia (2015), segundo lugar en el Concurso Nacional de Pintura Pedro Azabache (2015), tercer lugar en el Concurso Nacional de Pintura José Sabogal (2015), segunda mención honrosa en el Concurso Internacional de Pintura Mario Urteaga Alvarado (2015), finalista en diversos concursos, entre ellos, Imágenes de Vida (2013) y la Bienal de San Marcos (2014), participante en exposiciones colectivas y de una individual... definitivamente el futuro de Rubén Saavedra es bastante prometedor e inspirador porque contribuye a que los jóvenes artistas miren de vuelta a las culturas autóctonas mundiales y a nuestro país con nuevos ojos, con ganas de conocer, con ganas de aprender. Esperamos que las nuevas generaciones puedan darse cuenta y valorar todo lo que nuestro grandioso pasado les puede dar.  


Foto: Olga Elizabeth Escurra

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