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La sonrisa de los tímidos

  |   Álvaro Dí­az Dávila / Criaturas extrañas   |   Abril 06, 2012

Un tímido es alguien que vive hacia adentro, en dirección contraria a la puerta de salida al mundo. Recuerdo que cuando era estudiante de periodismo empecé a sentir que una angustia se apoderaba de mí cada vez que en las clases de radio nos pedían que hiciéramos –cada uno por separado– encuestas al público de la calle. Nada significó tremendo sacrificio el hecho de acercarme a desconocidos y preguntarles su opinión. ¿Para qué molestarlos?, pensaba yo. Vanos resultaron mis intentos por cambiar de actitud, mi fuerza de voluntad no solo era débil sino que hacer uso de ella para ese fin me parecía un esfuerzo dañino que me dejaba deprimido y debilitado. Cada persona es un abismo desconocido y siempre con cada acercamiento existe la posibilidad de salir herido. 

La sonrisa del tímido es una súplica. Pedimos a gritos ser tratados con amabilidad, es el parachoques para amortiguar el golpe y aún así sufrimos cada vez que la cajera del banco nos ofrece una mirada de desprecio. No se trata de tener miedo a los demás: la timidez es el miedo a tus propias reacciones. El encuentro con el desconocido se parece a la relación conflictiva que tenemos con el espejo. Somos como un pulpo repletos de tentáculos sensibles que reaccionan a cada mirada, cada gesto, cada palabra; por eso la sensación de alivio que sentimos cada vez que conocemos a una persona amable (es como si se confirmara que nuestra existencia es también ligera y bondadosa). Pero, ¿qué pasa si sucede lo contrario?, todavía recuerdo muchos de los maltratos pasajeros que padezco cada vez que subo a una combi y me sorprende lo fácil que me puedo exponer a la violencia.

No se vive con timidez sino EN la timidez. Estamos rodeados de ella como el niño burbuja. No es algo que se pueda erradicar sino que se trata de una sobrevivencia. Pareciera que no quedara otra solución que la pose, la fabricación de una manera de hablar, ser pacientes y comprensivos. Entender. Simular. Agradecer. Sonreír. Pero aún así, qué tan pocas ganas hay a veces de hacer esos esfuerzos. “Cuanto menos te interesan los hombres, más tímido te vuelves delante de ellos, y cuando llegas a despreciarlos, te pones a balbucear”, escribió Cioran. ¿Podemos pasar por encima de esa “otra persona”? ¿Es posible avasallarla con nuestro carácter? Solo si eres un insolente o un imbécil, pero en la mayoría de los casos es tu propio orgullo el que termina siendo afectado y a uno solo le quedará el remordimiento.

“La timidez es el arma que nos ofrece la naturaleza para defender nuestra soledad”, sentenció alguna vez Cioran. El tímido prefiere la absorción antes que la imposición, elige la contemplación de las cosas antes que intervenir en ellas. Es un espectador, un testigo. Por eso, la sonrisa del tímido es, paradójicamente, un alejamiento. Evitamos el compromiso emocional enseñando los dientes: una manera amable de decirles que nos dejen tranquilos.

Somos tímidos –también– porque nos creemos seres realmente especiales. “Soy algo precioso y frágil… un objeto que ha sido duro y costoso de fabricar, lleno de estudios, viajes, lecturas, trabajos, enfermedades…”, escribió Ribeyro –nuestro tímido más entrañable– y la cita me sirve para entender una de las claves de la timidez: la necesidad y angustia de ser protagonistas de la historia. En algún momento dado los reflectores del mundo enfocarán sus luces sobre nosotros y la urgencia de “ser alguien” no tiene escapatoria. Hablar impone una actuación, una entrega. Sin embargo, un espíritu tímido es sensible y transparente, le inquieta el juego de las máscaras y las imposturas, por eso Ribeyro recalca: “tememos al ridículo de una manera enfermiza, nuestro gusto por la perfección nos conduce a la inactividad, nos fuerza a refugiarnos en la soledad…”

Nada más adorable que la sonrisa de las mujeres tímidas. Detesto el descaro de una chica cuando me pregunta la hora con demasiada seguridad en sí misma. Prefiero mil veces el ligero nerviosismo de dos cachetes extendiéndose hacia sus costados. En cada una de esas sonrisas creo vislumbrar un follaje de sensibilidades y temores, y prefiero eso antes que la frivolidad de aquellas que creen tener eso que llaman “actitud”. Cómplices en el miedo, los tímidos se miran a los ojos, se agitan un poco en el corazón y se tocan mentalmente con una sonrisa :)

Lima – Chiclayo, 06 de abril de 2012  

 

Fotomontaje: Locheros.com

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